Entrevista | Eduardo Galeano

“A mí no me gusta ser obediente”

Uruguayo y contestatario, el autor de Las venas abiertas de América latina sigue oponiéndose a las pasteras, la falta de libertad de circulación en Cuba, la ocupación de Irak “por el petróleo” y el “papel de Israel” en ese conflicto. Y lo dice en voz alta.

Martin Garrido


ESCRITOR FAMOSO, HOMBRE SENCILLO Y BUEN VECINO. No quiere vivir en otra ciudad que no sea Montevideo, e insiste que entre ésta y Buenos Aires hay una firme historia en común. Defiende la solidaridad como valor ético y recientemente le hizo un corte de manga a su propio presidente.

Hay muchas formas de mirar la historia. Por lo tanto, hay muchas maneras de ser historiador. La de Eduardo Galeano es, sin duda, crítica. Es decir, que muchas de sus investigaciones sobre el pasado difieren, a veces radicalmente, de las versiones oficiales que se dictan en general en las escuelas. Ahí está Las venas abiertas de América latina, su obra célebre –aunque no la única–, que allá por los años 70 revolucionó la forma de concebir el atraso de la región que se extiende al sur de los Estados Unidos.

Con ese libro, Galeano demostró cómo el subdesarrollo latinoamericano se forjó a merced del enriquecimiento de las potencias coloniales, incluyendo a España. Y no lo hizo hace dos años y de manera superficial, sino hace tres décadas y media, y con vastos fundamentos. Quien quiera conocer otra mirada del mal llamado descubrimiento de América y de los cinco ruinosos siglos posteriores, sólo debe acudir a la biblioteca.

En la entrevista, Galeano habla sobre la emigración del mundo pobre hacia el rico. Y lo hace por medio de un prisma crítico, una visión inconformista, y que va más allá de las miradas superficiales que ven a las migraciones sólo como un ejercicio interesado por parte de quienes emigran. Una mirada externa, esa muchas veces egoísta y limitada que sólo acepta que los seres humanos se van porque así lo desean. Como explica Galeano, en verdad hay mucho más detrás de esa supuesta práctica de voluntades viajeras: necesidad, sufrimiento y, también, relaciones de poder.

—Corren tiempos de enfermedades múltiples sin aparente vacuna, y con síntomas peligrosos. ¿Cómo vive usted este tiempo de guerras y emigraciones?

—Los dueños del mundo lo están convirtiendo en un matadero y en un manicomio. Ellos dicen que la condición humana es así. Puede ser. No sé. No me convencen. Si nuestros abuelos más remotos hubieran sido como somos ahora, no hubiéramos durado ni un ratito en el mundo. Ellos sobrevivieron porque supieron compartir la comida y defenderse juntos. No se aniquilaban entre sí. Las hormigas, tampoco, y por eso, insignificantes como son, pesan ahora tanto como todos nosotros sumados. No se matan entre ellas. Nosotros sí. Hemos perdido la memoria de la solidaridad.

—En este aparente caos están latentes la xenofobia, el racismo, el rechazo del otro. Parece que nunca el ser humano aprenderá a convivir como especie.

—Citarme es de mal gusto, bien lo sé. Pero no resisto la tentación. Te contesto con algo que escribí en mi último libro, Bocas del tiempo, y pido perdón:

“La historia que pudo ser:

Cristóbal Colón no consiguió descubrir América, porque no tenía visa y ni siquiera tenía pasaporte.

A Pedro Alvares Cabral le prohibieron desembarcar en Brasil, porque podía contagiar la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestes desconocidas en el país.

Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú, porque carecían de permiso de trabajo.

Pedro de Alvarado rebotó en Guatemala y Pedro de Valdivia no pudo entrar en Chile, porque no llevaban certificados policiales de buena conducta.

Los peregrinos del Mayflower fueron devueltos a la mar, porque en las costas de Massachusetts no había cuotas abiertas de inmigración”.

—Además de transitar América, las circunstancias políticas del Uruguay lo han forzado a emigrar a Argentina, y luego a España. ¿Qué diferencias encuentra entre el emigrante político y el emigrante conómico?

—Yo fui exiliado político. No tuve más remedio que cambiar de mapa, porque no me gusta estar preso ni me gusta estar muerto. Pero siempre tuve bien clarito que los corridos por la economía la pasan mucho peor que los corridos por la policía. Nosotros tuvimos, tenemos, perspectivas de cambio. Ellos no.

—Después de años afuera, eligió volver al Uruguay y reencontrarse con su gente. Hace algunos meses afirmó en un programa de TVE (Televisión Española) que aún prefiere vivir en su país. ¿Por qué?

—Elijo vivir en Montevideo porque es una ciudad donde todavía se puede respirar y caminar. Los dos derechos humanos más elementales, que la civilización moderna nos niega. Montevideo sigue siendo afortunadamente prehistórica. Ojalá siga.

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